lunes, noviembre 14, 2005

Demencia

Me contabas ayer
la música que ha tomado al asalto tu cabeza
—Iiiri, iiiri, iiiri, iiiri. ¿No la escuchas?
En la pequeña plaza
algunos leves trinos y algún rumor de tráfico.
—No son canciones.
Son sólo ensayos,
como si siempre
estuviesen afinando sus voces.
Iiiri, iiiri, iiiri, iiiri. Cuatro veces,
siempre repetías ese sonido
cuatro veces. —Él debe ser tenor.
A veces sí es una canción... esa de...
¿cómo era...? esa de... angelitos negros
(¿Escuchas, madre, tal vez, a los pájaros?).
—Es un dúo. Él hace la voz alta,
debe ser tenor, y ella le acompaña.
Iiiri, iiiri, iiiri, iiiri.
Siempre he tenido un oído muy fino.
Él debe ser tenor.
Intento dejar de lado esa demencia absurda
las alucinaciones, tragicómicas casi,
en las que me repites
y me repites una y otra vez,
las mismas frases,
los mismos comentarios.
—Iiiri, iiiri, iiiri, iiiri.
Él debe ser tenor.
Inútilmente intento desconectar
ese sonido fantasmal que a ti
hasta parece agradarte.
En balde, buscando tus recuerdos,
trato de olvidar la larga distancia
en la que hoy no te encuentro.
—Iiiri, iiiri, iiiri, iiiri.
(Tal vez pájaros, los pájaros, madre).

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