miércoles, septiembre 28, 2005

Septiembre

Un cielo de carbón y aire acondicionado
ha cubierto las calles de ropas que se resisten
a encerrarse en el armario
y coches que pululan como hormigas
en su frenético llenar de despensas.

Septiembre trajo un ogro hambriento,
un monstruo implacable que cada día devora
un pedazo de luz a bocados de minutos. Y un viento húmedo
que dejó en recuerdo la arena hirviente y sus bañadores,
las noches insomnes de mañanas cortas
y los escaparates exhaustos de rebajas.

Queda una resaca atónita,
una irrealidad espectral, el eco de un bullicio
que nos impone recoger los bártulos. También
la vuelta a la rutina de la normalidad y los fantasmas
que se adentran en el túnel de las tareas y sus sargazos.
Y un susurro interior apenas audible,
una cantinela monocorde y machacona
que no cesa de golpearnos el cerebro remachando:
“ya ha pasado, ya ha pasado, ya ha pasado…”

Elefantes para la eternidad

Ya casi puede distinguirse,
ya se definen sus contornos
—“¿Puedes verlo?. Está ahí arriba,
sobre las antenas y las azoteas”.

Qué locura. Y nosotros mirando,
buscando el imposible de la forma,
la fantasía óptica. Como si pudiera
echar a andar y escapársenos. Como
si se tratase de una de esas ambulancias
que atraviesan sonoras y fulgurantes todas
las conversaciones. —“Siempre llevan
a una parturienta”,
recuerdo que dijiste,
“prefiero pensar eso, el resto son desgracias”—.
Y allí seguíamos, sin ver lo que su mirada encendida
y sus labios no cesaban de mostrarnos.

Cuando nos íbamos nos giramos para escudriñar,
una vez más, el ya oscurecido cielo,
—“No, no enciendas la luz”—. Necesitábamos
volver a intentarlo, buscar de nuevo la silueta fugitiva,
esa vieja complicidad hecha de tardes en armonía
frente al crepúsculo, ese elefante entre azoteas, oculto
sólo para tus ojos.

La noche simétrica


Tenía la arena las ventanas de piel,
la ciudad prometida dentro.
Parían olas exhaustas, rumor
afligido en la órbita del aire.
En círculos goteaba tu aliento
dibujando un surco dormido,
crujido que teje la caja
de imágenes vencidas,
uñas de viento en el azul exacto
donde la escena se derrama.
Escándalo hecho espuma,
pasto en tu rostro que ahoga y expande
la simétrica noche
y enhebra tu cintura vertical
sobre las indecisiones de un cisne

A ras de noche


Música chinesca. Epitafio
para chelo y bajo continuo
embrujando luces y pájaros.

A ras de noche
hay dudas que no necesitan
despejarse, conversaciones
sin comienzo, tierras que guardan
la niebla como amantes
celosos de sí mismos.

A ras de noche,
sin nadie que escuche. El silencio
pasa cuentas a bocajarro,
y no existe el idioma hostil
del grito cautivo, ni el crepitar
del otoño en su lenta despedida.

(En la noche embrujada,
Fripp y Gibson hablan al viento sordo.
Nadie en la penumbra añora esta sombra). 



Cayendo en falso

Esa copa de cristal
ya fue escrita, como
también el trago,
su sabor brusco y frío
que condensa la niebla.

Y la asimétrica calma,
el rumor batido e ingrávido
del tren alejándose,
antes de dar a luz su
eco de silencio.

Y aquella soledad enlatada
de las habitaciones de hotel,
con sus folletos de monumentos
escondidos entre anuncios
de restaurantes y cabarets.

Tropezarnos entonces
con la noche pálida,
reuniendo palabras
y temores, cuando solo
es dejar atrás el peso
para caer en falso.

El regreso

El horizonte es el lugar
inalcanzable
frente a los azules
donde los sueños bordean la deriva.
Y no es posible, no,
obviar esa sensación
de que más allá, al fin,
otro es uno mismo
y uno mismo es la distancia impune
que nunca atravesamos
cuando encontrarse es volver.

Los gatos tienen las respuestas



Piensas si hubo antes mientras Trixi juega con una lagartija. Tal vez los gatos tengan las respuestas, tal vez los gatos confirmen nuestras sospechas y nos revelen que, en realidad, no hubo antes. Quizá, simplemente, antes no existió. Entonces el tiempo es un hecho que se fija en el ahora y el antes y el después son construcciones deformadas, visiones de la distancia que tienen sentido sólo desde este marco de referencia irrepetible que denominamos ahora. Quizá por eso nos movemos como gatos saltando entre lagartijas, sabiendo que cada marco de referencia es parte de uno más amplio y así una y otra vez hasta componer el universo, que en realidad es el lugar donde un gato juega con una lagartija mientras alguien piensa si el antes existió.

Echaré a andar

Echaré a andar entonces;
para no permanecer nunca.
Cuando la materia que habitas
agote su muda y sea luz
disipándose en el frío;
en el momento en que comprenda
la herejía de tu cuenca imantada
y someta el asombro sin respuesta
de tu cuerpo; cuando el humo antiguo
sea aire en el aire y el registro agudo
de esa enloquecida orquesta
sea una mancha irrenunciable.

Entonces, para no permanecer
nunca, echaré a andar.
Y tomaré a la sazón
unos gramos de tu congelada prisa
para hacer de lo posible
el sueño.

L'Hemisferic y el lobo



La Luna en creciente
custodia L'Hemisfèric.
Sobre el puente
y el verde que cerca farolas,
destellos de flotadores insomnes
y noctámbulos paseando excusas.

Y tú
en la cara oculta,
vigilando el otro lado de la noche,
ocupando ese espacio inalcanzable
que se esconde tras cinco paralelos
y seis meridianos. Cuadrículas extrañas,
extensiones atroces que me alejan,
abatiéndome sobre la marea lunar
que confunde el sentido del hombre,
cuando todo en mí ya es lobo.

Luz del pasado

Amanece.

Y la luz es el nombre de tu paisaje,
como una certeza absoluta
que cubriera la niebla
en el centro de mi memoria.

No necesito nombrarte,
te encuentro en este espacio
equidistante
entre la palabra y la música
y eres agua dispersa,
filtro de otro mundo.

Tal vez sea abandono
finalmente
la materia que traza tu frontera.
Estrago de la gravedad en tu mineral
el inaccesible gesto
este intento vano de reconstruirme.

Incandescencia de textura indefinible
donde la luz se hizo memoria,
discernimiento anegado donde me precipito
inevitablemente.

Amanece,
y es inútil reprimir esta luminiscencia,
luz que nunca
y cuando sí:
pasado.

Tritones en las paredes

Ochenta generaciones nos separan
hasta este inevitable coche fúnebre
en tránsito continuo, tenaz e impaciente,
empeñado en transportarnos. (Y. M.)

Tú y yo hemos conjurado el tiempo,
como bardos eremitas que atesoran una cosecha de días.
Un día más.No sabemos para qué ni hacia dónde,
pero como en una liturgia privada ineludible,
cada noche archivamos su legado.

Y como hambrientos buscamos el reposo
en la luz sin vallas de una estación terminal,
pensando que aún es posible hacer de la historia
una cuartilla en blanco fluyendo en la corriente.

Soy la cosecha gris que quiso el viento —dijiste—
y tú mi permanente olvido.

Días de vino y rosas

El pasado es un lecho de vapor marcado por el peso que dejó nuestro cuerpo. (Y. M.)

Hubiera sido necesario otro tiempo
para no entender tu papel prestado,
tu levedad insoportable, como una
alucinación urbana de Kundera.

Otro tiempo para no hablar de ti sin contorsiones
como una combinación sonora imposible
de hielo, cristal y whisky,
sabiendo que sólo la tristeza
se sublevará frente a tu salvador etílico.

Otro tiempo —todavía—
para no hablar de ti como de un dandi
zigzagueante entre la gloria y la desdicha.

Otras voces subrayarán tu suerte, tu aparente
buena vida. Otras gentes tratarán de reinventarte
y, tal vez, envidiarán la claridad incierta, el frágil
esplendor de las generosas compañías
en tus camas deshechas.

Butacas enhiestas serán testigos marciales
de tu tonada de alcohol y muerte.
Quizás entonces maldigas al estéril trago,
tal vez entonces reniegues de esa copa absurda que,
ni tan siquiera, te permitió escapar
de este poema.

Fe de muerte

Tú y yo nunca estuvimos aquí
trastocando a veces nuestro espacio,
gastando nuestras monedas
en imperturbables ruletas.

Tú y yo nunca giramos
nuestras manos en el aire
para dar cobijo a nada en absoluto;
nunca desordenamos sentidos ni estirpes,
ni hicimos cuentas de muebles,
alquileres y fiestas, porque
—eso dijimos— no había motivo.

Si entonces nunca ni estuvimos,
tú y yo, en el fondo de la nada,
recordando un tiempo futuro
que no alumbraremos.

La herrumbre del aire

Nunca no existe –te dije–, pero los sueños se astillan, como si la verdad fuera que el tiempo es una ventana ciega de un edificio no construido donde arrinconamos a la muerte. (Y. M.)


Buscar la palabra que me nombre;
limpiar la herrumbre del aire.
Después de tanto y tanto
seguir sin saber de qué va esto.
Hacer y deshacer
para no llegar nunca.

Buscar la palabra precisa que nombre
la somnolencia gris de las furtivas barcas.

Buscar hasta, por fin, saber
que de nada sirve nombrar,
de nada componer ruinas
en esta tregua de los vencidos,
en esta habitación abisal
sin remedio.

Intactos

Hoy parece
como si siempre hoy:
la brisa que suaviza el estío,el pitido incesante
del policía de tráfico y las motos
en combate reflexivo
con el sonido.
Como si siempre hoy:
el mundo colapsándose
en su penúltima tentación
y las palabras en su sitio,
inventando otra fila para
alinearnos, intactos
de este interminable hoy.

Tu estela

La luz filtró nuestros cuerpos
en la lluvia, niebla sólo ahora,
pegajosa caricia que oculta tu estela.

Pero seguimos aquí,
en la desolación extraviada,
en la perseverancia oblicua
de las hoces sin rumbo.
Frente al sol inacabado, sumidos
en una incruenta lucha de perdedores.
Yo aferrado a ti, como
la mano del acrobat
que arrastra la enorme página
a empellones de ratón. Tú
en ese desamparo incierto,
devastando mil selvas tropicales,
acunando todos los inviernos.

Por donde yo y tu caverna, reptando
hacia ti, como si aún entonces.
Donde el vaho nos recuerda
el tránsito necesario
para ya nunca el barro
porque ya nunca más el barro.

Deriva

Y todo transcurrido
frente a la nada. Silencios
navegando tus encajes.
Delgada luz que me agota
y escribe en falso secuencias
de música en sucesión esquiva.

Movimiento perpetuo
hasta la verdad sin fondo
que ya no espera, que presiente
un lugar más cálido
para ya no temblar.

Donde la duda sin fronteras
que te habita —ya tan lejos de ti—
te reclama y pregunta por qué ahora
no hay más lenguaje que el del
tango preciso, ahora que negamos
nuestras manos en la noche
y ese escalofrío eléctrico
no cesa de tensar
nuestras manos en la noche.

Instantánea

Tu pelo —súbito espejismo
frente al tótem luminoso—
deletreando el viento
en vuelo rasante sobre
el paso de peatones.
Desde mi jaula, algo hipnótico,
acompasado, se mueve —arriba,
abajo, arriba, abajo— desafiando
a Newton y a todos los astros.

Verde
realidad
claxon
y tu rastro desacelerándose.
Yo
abandonando
todo.

Desde Pisa

Almenas al fondo. Contraluz.
El sol escondiéndose, las piernas abiertas.
Expresamente para ti, desde Pisa.
—Si quieres puedo hacerme otra, aunque volveré a salir mal.
Rostro en tinieblas, silueta difuminada, inalcanzable,
como el pan recién horneado,
como una revelación interrumpida.
—¿Cuándo podré verte en persona?
Confusión de la espera. Como la cuerda
en el momento previo, afinando
el fuego de las venas.
—Y acariciar tu pelo, guapetón.
Vida detenida, letra tambaleándose,
inesperada experiencia de ruinas pasadas.
—No sé qué más contarte.
Y el horizonte cubriendo el reposo
como un gran saco vacío.
—Por favor, no me hagas daño.
Refulgía la noche.

Bodegón

El frío interior golpea el calor de la puerta abierta.
La luz muestra el color de un decorado
antiguo por la ausencia de vida cotidiana.
Ecos de gritos infantiles recorren los pasillos
como sombras fantasmales
transitando hacia la adolescencia,
que devora y grita sin saber de anochecidas
—¿de dónde esa humedad en los huesos
que congela el silencio? —

La ventana, transparencia herida,
guarda un rastro de insectos
que desesperaron frente a la inalcanzable luz.
Los objetos, de tan inmóviles,
se han hecho bodegones difuminados,
rostros estáticos, sonrientes,
que nos miran desde los rincones
como pájaros tristes que cantan a luto.

Entonces, toda la naturaleza quieta, muerta de risa,
me dice que ya no es posible poner orden
en esta inmensa ciénaga, en esta fábula anonadada sin final.
Y, pese a todo, abro el correo acumulado, destruyo
todas las cartas y, las que guardo, las escondo,
las apilo donde sé que no volverán a ver la luz,
ni a oír las risas de las tardes tenues,
ni los ruidos de la medianoche. Allí,
donde aún resuenan sus cuerpos,
como ecos, aplastando cualquier idea.

Imaginarte ahora es cortar a hachazos las pupilas de aquel niño.

La boda

Recuerdo ahora y veo la imagen,
colgada en la pared,
de lo que fue antigua defensa,
paso fronterizo y hospital,
hoy convertido en restaurante.

Las montañas de fuego al fondo.
Doce personajes en blanco y negro
en un cuadro de Velázquez
—¿quién el pintor? —
El cordero oreándose, paréntesis
extraordinario de abundancia.

Él de uniforme sobre el caballo,
tu mirada adolescente —esa
extraña sensación de cercanía—
abierta al sueño nuevo.

Retrato de unas estelas
que se pierden
en la presencia del lugar.

Nadie que me hable de tu vida,
sólo tu incomprensible mirada
haciéndome un guiño
a través del tiempo.

Oración

Ahora que nuestro tiempo lo ocupamos
en esta estúpida e inútil búsqueda de la belleza.
Ahora que todos los bolígrafos se apoyan en la mesa
destrozados
y que el estercolero nos inunda y urgen las despedidas
y la luz sin fin es herida abierta que no mata.
Ahora que a tientas, furtivos en un mar sin olas
oteamos ensimismados el polen del silencio. Ahora
nos preguntamos
por qué nuestro clamor no convoca al dios del lugar,
por qué urgen las despedidas, por qué persiste
la geometría cristalina de la aurora y la transparencia
de tus labios insistentemente quiebra y
quiebra las entrañas del dolor.
Ahora que el fuego sucumbió ante el fuego
y que sabemos que nunca estuvimos aquí,
elevo una oración, a contrapelo, sin templos
que agoten los silencios en su seno. Sin muros que
den cobijo a las pétreas llamas de tu existencia.

De una vez por todas respondió el silencio.

Retrato imposible

Como sombras raíces llegan, como
besos de alcanfor, epílogo nocturno
de silencios y posesiones inútiles.
Como si tu mirada nunca repetida
buscase otra luz, otro viento tibio.

Llegan desde el fondo del dolor, desde
la noche entrelazada, sin deseo. Entonces
convocamos, estériles, la cordura y
escapamos en sucesión monocorde hacia el vacío,
hacia la nada que es madre y destino último.

Cuando el mar era tierra, los
pájaros se empapaban de palabras
transparentes. Cuando las preguntas
perseguían su respuesta, tu presencia
era costa, mar y tierra en lucha perpetua.

Ahora es invasión, ahora es su turno.
Ya hiede su rastrera cercanía,
chirrían sus ecos contra la puerta,
como sombras raíces llegan, presagio
de sombra invernal, cuando todo al fin ya es vano.

Tú también me pides

Tú también me pides un
poema de amor.
Veinte años, mil desencuentros,
dos hipotecas y un poema de amor.
Cien palabras donde plasmar
nuestro tránsito itinerante,
nuestro abismo intangible,
tu poema de amor.

Pero cierro mis ojos y casi es cierto,
casi tus labios nuevos
brillan intactos.
Casi la espuma se eleva
y no ensucia la última palabra.
Y brilla el sol y crece la hierba
y no hay memoria. Tremenda libertad
de la inocencia. Entramado cruel
éste del conocimiento.

Ya ves, no sé escribir
tu poema de amor.
En otra ocasión intentaré
al menos escribir algunos versos
sobre aquel sueño intacto y virgen.
Será en otra ocasión,
ahora el amor se evade
y el perdón por estos años
es un mensaje a gritos archivado
en mi teléfono móvil.

Seguramente nos observes (a J.Á.V.)

Seguramente nos observes
desde la indeterminación infinita,
soledad fantasmal de tu
recién consumada memoria.

Ojos de concha marina
que iluminan la húmeda latitud
de tu lamento de pelícano
en vuelo irregular.

Esencia, sobre todas
las cosas, donde
el cierto mar no regresa
y el viento leve sólo acaricia tu
huella sobre la arena, como material
despojo de nuestra lenta demolición.

Delgadez que da la tierra
donde se acaba,
páginas tiznadas ya sólo
con tu nombre de lluvia
que nunca consigue borrar aquel amor.

Tú en el punto cero.
Mi pluma apenas te dibuja.

La casa del misterio

La casa del misterio
agoniza
—aquí tampoco hay nadie en absoluto—.

Se extingue a borbotones,
inasible.

Pero estás, la llevas a cuestas,
o acaso eso supones

cuando te preguntas qué quedará
más allá de los sonámbulos
que todo lo cubren.

El tiempo se esfuma



El tiempo se esfuma como un cigarro
ultraligero: al galope.

Se nos acaba, y no hay nostalgia
de alcobas o violines indolentes,
sólo cadáveres y armas ilesas.

Y vamos en desbandada, sin rumbo,
preguntando en idiomas imposibles.

Vivimos de prestado
—dijiste—, sin casa y sin luz,
esclavos de un tiempo a espaldas del cielo.