Ahora suena
casi incomprensible,
nos hemos
olvidado del secreto
y nos aproximamos al enigma
por otra
senda, alargando la tarde
caracol. Los latidos atraviesan
mis manos, el dolor es una imagen
tenue que acostumbra a beber conmigo
caracol. Los latidos atraviesan
mis manos, el dolor es una imagen
tenue que acostumbra a beber conmigo
palpándome
en cada sorbo la herida.
No hay victoria sin dolor
—leí hace
tiempo—. Yo sólo dudo,
dudo, aunque
sé que nada será
que no hubiera
sido antes.
Huye la luz ya
sin mí hacia otra estancia
más posible, quizá
en otro poniente.
Huye la luz despacio —todo siempre es despacio—
e incomprensiblemente,
a pesar de todas las pérdidas,
aún retumba el canto en el jardín.
julio 10, 2016