domingo, diciembre 21, 2008

Una foto de bordes dentados



Hay objetos que empujan las ideas,
que nos obligan a indagar en la saliva
de este sol amable de diciembre;
formas que saben de ti como los años
o la luz blanca de los hospitales;
cosas como una pequeña foto
de tamaño cinco por ocho
y bordes dentados.
Una imagen que vino desde ningún lugar
de los años cuarenta.

Dos figuras femeninas sonrientes,
zapatos de tacón y de domingo,
las faldas tableadas
justo por debajo de las rodillas,
los abrigos dejados caer sobre los hombros,
una plaza diáfana —Melilla probablemente—,
un palacete neoclásico, castrense o municipal,
de tres alturas al fondo
y unos chavales con su siempre diario
y pantalones que no crecen.

A veces las fotos tienen agujeros sin fin,
laberintos donde encontramos
un más de oscuridad
en el pisado charco de la noche.

Aspiro a verte otra vez
con esa sonrisa de final feliz.

Y si es verdad que nada importan estos versos,
que nada pueden importar estas palabras
o esa fotografía,
también es cierto —entonces no podías saberlo—
que me diste estos ojos y estas manos
con los que he llegado hasta aquí,
después de caminos y autopistas,
noches y puentes y labios azules
que se diluyeron sin desagravio.

Y soy en mí sabiéndome fragmento,
resquebrajado por ver una imagen
detenida en su inocencia caníbal;
esa imagen que torpemente intento
plasmar aquí, entre
cenizas y rastros que no sabrán retratarme
como esa fotografía tus veinte años.

diciembre 21, 2008

martes, diciembre 16, 2008

Escúchame

Escúchame ahora. Traigo signos de este mundo
que desconozco.
Ninguno podrá hablar por mí,
y sin embargo hay palabras que nacen
y crean este espacio entre tormentas
y tiñen de azul montañas y noches.
Fotograma a fotograma, hay palabras
que me ordenan seguir,
componer una historia que no es mía.
Escúchame ahora,
siente la fascinación de lo que no es,
que a pesar de este inmenso
e implacable paisaje
otra sensibilidad es posible.
Escucha, huye de mí
después de todo.


diciembre 15, 2008

miércoles, diciembre 03, 2008

Cosas que no hacer en Valencia cuando estás vivo

Igual que un suicida persiguiendo su luz falsa
has perpetrado
el último hálito del deseo
para encontrar el agua de las manos resecas
al término de ti.

Hoy has saboreado el final de dos voces,
dos almas que no saben ni preguntan
pero que repiten una y otra vez
los mismos gestos, los mismos designios,
las mismas profecías.

Después serán preguntas de alquiler,
ese no sabernos si no es en otro
hasta que a ciegas tentamos otra soledad
para abrasarnos un instante incierto.

Más tarde —más lejos— será el cansancio,
el veneno cierto del que se escucha
en una caracola
igual que se huye de uno mismo
tras cualquier lluvia.

Más tarde, después, hoy, igual.
El tiempo abre y cierra su negocio
abandonándonos
como equipajes extraviados
en la consigna de una estación de tren
entre objetos perdidos que nadie echa de menos.


noviembre 30, 2008