Más amarga que
la muerte
la mujer cuyo corazón
es lazos y redes
y sus manos
ligaduras
(Eclesiastés,
7-26).
Muchos
trataron de poner en orden la palabra,
el
dolor del saber,
el
alto silencio del vértigo y del impulso,
del
tiempo y hora del todo y su contrario,
de
las vueltas de la existencia
y del disfrute de la vida.
Viejo y sabio Predicador,
cínico, epicúreo o estoico,
ya nadie atiende a tu vieja monserga;
sobre los hombros de la noche
vendes sueños a compradores de realidad
que sólo entenderán tu misoginia.
Después de ti no hubo nada
—decía
la canción,
¿o tal vez era nadie? —,
viejo Predicador,
querías que fuésemos siempre juntos
hacia los lugares remotos
del alto azul y la mirada clara.
Remansados en la apatía
hemos sondeado el abismo
—las
sentinas oscuras del pensamiento—
y descubierto el fondo, la pesadumbre
que siempre acompaña a la derrota,
que siempre acompaña a la derrota,
el lugar inhóspito donde la travesía
se acelera.
Viejo Predicador,
querías que fuésemos siempre juntos
y ahora, ya ves,
no sabemos siquiera si existirá un futuro.
querías que fuésemos siempre juntos
y ahora, ya ves,
no sabemos siquiera si existirá un futuro.
Viejo Predicador
del dolor del saber,
de las vueltas de la existencia
y del disfrute de la vida,
al fin creo que te comprendo:
no se trata de morir,
sino de haber vivido.
sino de haber vivido.
julio 25,
2020