Yo recuerdo
también aquellos cuadros
japoneses de
casa de mis padres
traídos
probablemente de Melilla, junto
con una cama
turca y la escena guerrera
de aquel
tapiz con robustos caballos
y yelmos y
lanzas descomunales.
De las estampas
japonesas
olvidé los
detalles, pero pienso en un lago,
con barcas y
aves y una luna enorme
y el monte
Fuji dominando todo.
Posiblemente
estos recuerdos no sean
más que imágenes
tomadas de algún
restaurante
oriental que la razón confunde.
Las cosas
que acumulas pueden sobrevivir
a las
mudanzas, pero van desapareciendo
inevitablemente,
sin que volvamos a saber de ellas.
Tal vez ése
sea el motivo de que nos aferremos
a esos pocos
geranios que rescatamos
de aquélla,
su última casa.
julio, 2017