La tienda de la esquina
ya no
existe. Como a tantas y a tantos,
la crisis se
la llevó por delante,
luego, la
coyuntura hecha costumbre,
fue
cubriendo su cara de pintadas
y otros olores.
Será
seguramente equivocado
pretender
que las cosas permanezcan
-esas tardes
de invierno con la media
luz del
poniente, por ejemplo, o
descubrir
que una palabra nos salva-.
Sobrevivir
conscientemente
es sin duda un
delito capital;
poder
seguir, a secas,
es, sin más,
un acto de circunstancias,
tratar de
encontrar un espacio propio
aunque sea tan
sólo para intentar narrar
nuestros tristes
conatos:
náufragos
sin océano,
perseguimos
gaviotas
suturando
palabras
entre
silencios.
Porque uno
sabe hasta dónde
no llega,
la tienda,
sin embargo, permanece.
marzo 21, 2014