viernes, octubre 28, 2005

Un futuro

Habrá un futuro
y será nuestro,
un futuro oscuro
que parecerá nunca abrirse,
como una noche en desorden
o esas horas atascadas
donde los niños arrastran siempre
otros cuerpos.

A pesar de que el sonido
nunca acompañó nuestros pasos,
vendrá un futuro
donde olvidarás
la triste rigidez de las pastillas
en mis manos. Un futuro
donde no habrá nada
que pueda enseñarte
más que ilusiones, trucos
para continuar pareciendo vivo.

Más allá de los cometas y la fe,
vendrá un futuro
y será nuestro,
como un silencio no pronunciado, como
un prófugo de trapo taponando la puerta.

Por encima de los gusanos que nos rodean
y sus reglas y ese metro y medio
de tierra hasta la niebla, vendrá un futuro,
habrá un futuro, tiene que haber un futuro
que sea nuestro.

Visitando a los esenios



Te vi en el Monte Tabor, en Qumram,
visitando a los esenios. Un niño
en el lugar donde nadie había nacido.
La estrella de cinco puntas ceñida a tu frente
y el candelabro de pequeños cirios en la mano.
Nunca fuiste uno de ellos, pero eras el primero
en el orden establecido, en el orden del espíritu.

Allí, rodeado de los que se apartaron de la vida,
de aquellos que convertían el conocimiento en sabiduría,
escuchaste consignas de amor; te hablaron de la igualdad,
también de la razón y de esa unión que más tarde
hicieron suya los mosqueteros de Dumas. Allí,
tras la Cuarta Iniciación, conociste tu destino,
la misión de muerte y vida de tu escenario terrestre.

Ahora, en esta latitud de noche cerrada
donde los ojos olvidan su razón,
cuando la palabra ya es ayer y el tiempo
cedió su significado a la liturgia,
se hace difícil discernir, saber si eres tú,
o si será ese otro que pretende engañarnos
y seducirnos, alejándonos.

Y en cada surco agua y carne tu palabra,
dolor de arena radiante que, oculta, aguarda.

Desafinado

La estancia que me conoce
está en el este, espacio
donde el agua se hace duna
y el aire gira sobre el azul.

Llevo una carga de historia
que habla de mar antiguo,
sin dueño, lleno de diablos
y duendes
que no me pertenecen.

Vengo y voy hacia la nada, límite
donde arrastro un idioma que se
resiste a copular y pare sirenas
desgraciadas.

Mi mirada atisba infinitos acordes
desafinados
que cierran todos los horizontes.

Tengo una armadura que limita
hacia el norte con la noche,
donde no cesa de gritar una ilusión
que no sabe de amaneceres.

Palpo tu cuerpo en la oscuridad,
caballos salvajes que me dominan
y me hablan de una libertad ficticia
que chirría y busca tu vacío absurdo
en la estancia que me conoce.

Celebración de entonces



Nunca logré entender
la niebla que, caracol, nos soterra.
O quizás tampoco
la espera de los tinglados,
las montañas azules
detrás de las montañas,
el lugar donde no siempre
eras de limo, o metralla en mis huesos,
o galerna de otro. O quizás también
y a pesar de las palabras
y todavía entonces
y por eso
la guerra impasible,
la inútil desolación
cuando intento volver al que fui
o al que nunca he sido
celebrando tu cuerpo.

Hablábamos de fractales

Hablábamos de fractales,
de la propagación del sonido
y de la luz —¿onda o corpúsculo?—
Paseábamos por el parque
en la noche hinchada.
Hablábamosde una gravedad sin peso, del sonido
de las flautas y del rozamiento.
¿Acaso nos atreveríamos a morir por
un desafío que no entendíamos?
Hablábamos
como si en una despedida,
una vez más rozando el abismo. Hablábamos
pero no de aquello que dejó de ser, pero no
de la soledad tallada o de las flores del miedo. Dime:
¿éramos nosotros o era el parque, la noche
evanescente, lo que arrastraba la sinrazón?
Hablábamos de fractales, de luz y de sonido,
nos preguntábamos
porqué el número pi
decidió inventar el mundo.

Aroma de hospital



Déjame soñar
los humos enfermos
del sentido,
sin gabardina,
como si los amantes supieran
en pretérito
de las garzas en el jardín.
Volvamos al pasillo aséptico,
a ese camino en el que
nada queda por hacer,
ni por decir
contigo;
al lugar blanco
donde los extraños
sólo están
y el aroma a formol
impreciso
renueva
a cada momento
su turno.
Regresemos allá
donde el terrazo
no cesaba de rugir
que pudo haber otro suelo
mientras señalabas
el color del no.
Déjame soñar
que regreso
al territorio hostil,
irreal como una sombra
donde amaneció
un amargo aroma,
algo prescindible,
que ya nunca
abandonó el banquete.

La casa de los conjuros

Esa noche convocamos a los espíritus.
El lenguaje eran signos de penumbra
fondeados en el vinilo.
Pero no hacían guardia las horas
ni mencionamos palabras con olor a musgo.
Había una historia íntima que nos aguardaba
—más allá del frío y la terquedad
que sólo sabe la noche traicionera—
como una trinchera minada.
Temblamos ante los gestos vírgenes y
los oros de los rizos ocultos. Cruzamos
una frontera invisible y sin destino. Lejos,
la escarcha de las sábanas lisas y la
inevitable huida hacia la realidad.

Luego fue la paz ficticia de los calendarios,
palpar tu mirada ceñida a un escuadrón de escombros,
para ya no susurrar venganzas.
Nunca fue lo mismo.
Nunca volví a la casa de los conjuros.
Ni siquiera recuerdo el nombre de su dueño,
ni el de las cenizas que allí se consumieron.

Grúas vagamundas

Me acechan las grúas de Valencia,
su presencia callada de vigilia,
su torpe rigidez que quiebra el horizonte
y esa esencia de atalaya transitoria.
Y me sonríen,
mientras sus perfiles de industria antigua
me relatan historias sobre amaneceres porteños
y cargas que nunca llegan a su destino.
Entonces soy una estatua más
que aterriza en esa selva anunciada,
en este amanecer de Valencia
en el que me construyo un amor a la carta
e intuyo lo que sería acercarme,
como un repartidor suicida que se escapa
y llama a tu puerta en un agosto navideño,
en ese agosto austral imposible que te refleja.

Inevitablemente dioses

Nunca sabré cómo, pero ayer
descubrí que en tu nombre
la rosa iba de la mano de la sal.
Tal vez fue la paz esquiva del olvido
o mi despertar inmóvil en tus arenas blancas
junto a la serpiente kundalini. Quizá
fue una revelación, o un murmullo de ese viento
que mecía tu sueño. Quién sabe.
En esa costa de luz y oscuridad
que confunde al mundo creamos
y destruimos. Pero también
fuimos dioses, materia compuesta
de cenizas de titanes; supervivientes
prenatales de una catástrofe celeste
que nos condenó a vagar doblando esquinas.

Inevitablemente dioses,
ignorantes cámbaros sin rumbo
que buscan la paz en el destierro interior.
Nada nos fue dado,
y sin embargo
concluimos el día
contando sílabas.

Sin perdón

Tarde. Últimamente siempre llego tarde.
Hoy ha sido la lluvia, los atascos,
las prisas por no mojarnos —¿por qué
nos preocupará tanto mojarnos?—
En algún momento espero darme cuenta
que no es necesario llegar, que no sucede nada
si nos mojamos, que la pérdida de tiempo
no es algo tan grave. Tal vez entonces descubra
que la locura es dejarnos llevar por la inercia,
la distancia, el transcurrir de las horas. Quizá sea
adictivo, pero mi cicatriz no llora ni lee esquelas,
porque yo también rompí las cartas olorosas,
aunque sigan allí, sin evasión posible, sin tiempo
ni edad que declarar. Tal vez por eso, de vez
en cuando, un poeta loco me lleva por delante,
sin perdón. Tampoco es casualidad que con la lluvia
las ilusiones perdidas
y aquellas cartas
florezcan.

Sin remedio

Después de la sed amarga,
de los sonidos negros, de despertar
el último rincón de la sangre
y agotarlo en el giro donde todo lo extinto
espera. Después de desarmar
las construcciones y los títulos
que nada explican, de escalar el llanto
y dar paso al viento y al amarillo definitivo.
Después de adorar el límite de la herida
dejando que las formas se hicieran imprevistas,
de ver morir lo que hoy bautizamos
y nombrar la emoción y no saber si, por fin,
nos definimos. Después del mármol y la sal
de los momentos nuevos para nuevas lágrimas.
Después, después, después
—lo sabes, para qué mencionarlo—
lo que no me diste, nunca podrás
dármelo.

De balde

A pesar de nuestra finitud nos sabíamos
culpables del mundo. Supervivientes en tránsito
de una evolución refractaria que entierra
sus preguntas en la certeza científica.

Pero allí afuera crecía nuestro cedro. Y a cada metro,
un fogonazo certero nos desvelaba
un fragmento del mundo más allá de la curva.

Salimos de puntillas, con nuestra impasibilidad
de actor secundario —triunfos de tahúr
en el cajón, lucidez de locura en la mirada—
a seguir, por fin, nuestra propia pista.

Pensábamos que era gratis, de balde,
pero cada camino que tomábamos
nos alejaba de otro. No daba igual,
nunca dio igual. Volver sobre nuestros pasos
nunca fue volver atrás.

Las buenas intenciones



Esos trenes impresionistas
saliendo de la estación,
la luz tamizada y sus lagartijas,
el humo a ras de suelo
clavando tu cara en las púas
del viento.

Enero es eso; también
la resaca de las buenas intenciones,
de los planes y las dietas. Y los carteles
de rebajas y el tráfico lento
en las tardes llenas de bolsas.
Y ese vagabundo de cartón y parque,
hoy un poco más bebido, persiguiendo
que un sueño más urgente
cierre al fin la noche.

Y los dientes prietos, resguardando
nada del silencio. También enero.

Invisible

Dieciocho cero seis, lluvia en el parabrisas.
Did you never call? Diecinueve grados
que el limbo fue transformando en REM.
It's crazy what you could've had. Regreso donde
el tiempo sigue sin encontrar su solución,
I waited for your call, para sumergirme, entre sirenas
y pájaros, en la dimensión etérea, sin fuerzas
ni flancos que guardar. Donde el silencio
está hecho de sombras y la luz es una pesada puerta
que a cuentagotas se cubre de bruma y se cierra.
I waited for your call. Lo descubrimos ayer,
pero hoy nos revolvemos, sin saber
si alguna vez detendremos el rodaje, si alguna vez
repetiremos la escena, al fin, contando con nosotros,
o si, finalmente, la palabra logrará conquistarnos
You’re invisible now en el orden pagano
que nos detenta. Ese orden
de eslabón invisible
que desconoce
..........................a dónde,
.........................................hacia qué
.........................................oscuridad
..........................se dirige
esta cadena.

Abuelo

Tus palabras abren el tiempo
—historias de la historia
que son historia propia—
como si aquellos veranos
de números y playas
las habitaran.
Y dices que no importa,
pero la distancia es un gesto cercano
que se sucede irremediable en tu verbo.

Te escucho —qué más da si cuando hablas
los fantasmas ruedan y las preguntas nunca alumbran—
No importa, yo te escucho;
siquiera para remodelar ese recuerdo
en el barro definitivo, te escucho.

Rayos de tus ojos cansados goteando,
historias de la historia desvaída y pálida
relatadas como historia propia. Tú en la distancia,
yo, espejo de silencio a contraluz, en ti,
escuchando tu hablar sin descanso.

No te detengas, abuelo, aunque no puedas oírme,
tu credo, como una fascinación anunciada, sigue doliendo,
los dos sabemos que es falso el asombro
de encontrarme en tu relato.

Palabras en tu diccionario

Ese verano
—el de los bolsillos vacíos y las pupilas llenas—
como a conejos de prestidigitador
el autobús nos trasladaba en media hora
al vuelo de las libélulas,
a las dunas de dientes de dragón
y al potro de tortura
con rastros salinos de tu corola.

Ese verano
—el del refugio infinito y el vaso
siempre apurado—
entre sones e indefensas espadas,
fui verdugo fugaz de aristas,
fauno de tu aritmética mística,
esponja tintada de azul
que buscaba un hueco en la sombra de entonces.

Ese verano la vida sumaba
y se desconocía.

Esos veranos, aquellos tiempos,
siempre nos parecieron mejores –la memoria
se hace olvidadiza con los excrementos de vaca
que minan los verdes prados–.
Hoy, cuando el tiempo no ceja
en levantar su casa entre las ruinas de la memoria,
en esta tarde absurda en la que me pregunto
el sentido de estos versos, nada de lo que diga
puede significar más que un golpe de aliento
sobre el viento helado. Hoy, cuando me pregunto
por qué sigo escudriñando el momento
en el que se cubrieron aquellos cielos,
sueño palabras no recogidas en tu diccionario.

Las luces del frío



Hacía más frío entonces,
en los meses de la luz gastada, cuando
el inexplicable vértigo de encontrarte.
Eran mayores las distancias
en ese recorrido a la aventura de calles cercanas
o de los viajes interminables, de las
excursiones exóticas a aquellos montes
—recuerdo que nos dijeron que lejos
un mal aire podía dejarnos hemipléjicos— Y yo
era rumor de pasos acercándome,
disfrutándolo, sin saberlo escaso.
Cuando esclavizábamos el futuro.

Suspende la luz los mimbres ciegos del día
entre cantos de letras rojas, ojos de velas
y polvo antiguo. Queda ahora
la sensación de que nada
fue tan triste como haber fijado
un límite cercano. Pero dime,
¿qué te aporta la poesía? ¿qué sacas
de esa estúpida combinación de sílabas
que ahora compones sin gracia y sin rima?
Despertar sin saber de dónde. Preguntar,
como una señal de tráfico acribillada
entre la herrumbre de un coto de caza,
a dónde fue ese frío de entonces.