lunes, noviembre 14, 2005

La autómata



Hay un cristal enorme,
una pizarra negra, abierta
a la plenitud oscura de un cielo
sólo intuido.
Hay un frutero junto a la ventana
reafirmando el color de unos labios
y las elipses de un sombrero.
Hay noche, tras el cristal sólo noche
reflejando las luces interiores,
como si una pista de aterrizaje
suspendida en el aire,
como el espacio detenido
de un tren en vía muerta
trazando la geometría gris del vacío.
Frente a ella, por compañía,
una silla —la posición exacta—
y el frío de una mesa de mármol
y de un único guante.

La autómata de Hopper
—yo te buscaba aquella madrugada—.
Pero no es lo que hay,
no es sólo la tristeza de unos ojos perdidos
en una taza de café,
es lo apremiante alejado de la tiranía
de su envoltorio,
el rostro de una pública derrota,
el vacío de una luz encarcelada,
el extrañamiento de nuestra era.
La autómata de Hopper,
la pintura de un sueño.
Y tú, seguramente,
observando junto a la barra.

Ahora sé
que hay fantasmas que nos clavan sus uñas
y nos atraviesan el pecho
sin dejar rastro.

febrero 19, 2005

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