lunes, noviembre 14, 2005

Asuntos pendientes

Si tuviera que vaciar
los muebles de mi estancia,
envolver en madera de sicómoro
la niebla de esta selva continua,
si tuviera que nombrar
el ser de mis cosas, entonar
el himno silente y tenaz de mi biografía.
Digo, quiero decir, si alguien
alguna vez lo exigiera
y las excusas de siempre
no estuvieran permitidas. Si el silencio
fuera un micrófono expectante, y la espera
una pléyade de ojos en la penumbra. Si, en fin,
no hubiera otra salida, entonces, sólo entonces,
enumeraría el rosario de trivialidades
que dan forma a mi existencia.
Y hablaría, por ejemplo,
de las palabras azules escritas en el envés
de aquellas postales desvaídas,
o de los colores de plata del poniente
sobre la proa erecta de aquel barco varado
entre las rocas, las algas y las gaviotas.
O, —¿por qué no?— quizás también
me detendría en la trayectoria tenaz
de las hormigas anunciando el final
de todos los veranos, cuando soñábamos,
en la quietud del jardín,
con deshojar el confín de la palabra.
Y, sí, seguramente olvidaría
aquel tiempo en el que crecer
era una sombra de cañas cubriendo el sol.
Y, tal vez, tampoco mencionaría a los que nos quisieron
—o eso pensamos—, ni a los que quisimos
—o eso pretendimos.

Lo mismo que la espera inútil, entre un mar de sargazos,
de unos transeúntes perdidos en un hangar de ballenas,
lo mismo que la muerte permite al sol girar con los elementos,
vamos liquidando asuntos pendientes
en esta resta incesante que llamamos tiempo,
en este restar continuo que llamamos existencia.

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