Un cielo de carbón y aire acondicionado
ha cubierto las calles de ropas que se resisten
a encerrarse en el armario
y coches que pululan como hormigas
en su frenético llenar de despensas.
Septiembre trajo un ogro hambriento,
un monstruo implacable que cada día devora
un pedazo de luz a bocados de minutos. Y un viento húmedo
que dejó en recuerdo la arena hirviente y sus bañadores,
las noches insomnes de mañanas cortas
y los escaparates exhaustos de rebajas.
Queda una resaca atónita,
una irrealidad espectral, el eco de un bullicio
que nos impone recoger los bártulos. También
la vuelta a la rutina de la normalidad y los fantasmas
que se adentran en el túnel de las tareas y sus sargazos.
Y un susurro interior apenas audible,
una cantinela monocorde y machacona
que no cesa de golpearnos el cerebro remachando:
“ya ha pasado, ya ha pasado, ya ha pasado…”
miércoles, septiembre 28, 2005
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