miércoles, septiembre 28, 2005

Elefantes para la eternidad

Ya casi puede distinguirse,
ya se definen sus contornos
—“¿Puedes verlo?. Está ahí arriba,
sobre las antenas y las azoteas”.

Qué locura. Y nosotros mirando,
buscando el imposible de la forma,
la fantasía óptica. Como si pudiera
echar a andar y escapársenos. Como
si se tratase de una de esas ambulancias
que atraviesan sonoras y fulgurantes todas
las conversaciones. —“Siempre llevan
a una parturienta”,
recuerdo que dijiste,
“prefiero pensar eso, el resto son desgracias”—.
Y allí seguíamos, sin ver lo que su mirada encendida
y sus labios no cesaban de mostrarnos.

Cuando nos íbamos nos giramos para escudriñar,
una vez más, el ya oscurecido cielo,
—“No, no enciendas la luz”—. Necesitábamos
volver a intentarlo, buscar de nuevo la silueta fugitiva,
esa vieja complicidad hecha de tardes en armonía
frente al crepúsculo, ese elefante entre azoteas, oculto
sólo para tus ojos.

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