miércoles, septiembre 28, 2005

Días de vino y rosas

El pasado es un lecho de vapor marcado por el peso que dejó nuestro cuerpo. (Y. M.)

Hubiera sido necesario otro tiempo
para no entender tu papel prestado,
tu levedad insoportable, como una
alucinación urbana de Kundera.

Otro tiempo para no hablar de ti sin contorsiones
como una combinación sonora imposible
de hielo, cristal y whisky,
sabiendo que sólo la tristeza
se sublevará frente a tu salvador etílico.

Otro tiempo —todavía—
para no hablar de ti como de un dandi
zigzagueante entre la gloria y la desdicha.

Otras voces subrayarán tu suerte, tu aparente
buena vida. Otras gentes tratarán de reinventarte
y, tal vez, envidiarán la claridad incierta, el frágil
esplendor de las generosas compañías
en tus camas deshechas.

Butacas enhiestas serán testigos marciales
de tu tonada de alcohol y muerte.
Quizás entonces maldigas al estéril trago,
tal vez entonces reniegues de esa copa absurda que,
ni tan siquiera, te permitió escapar
de este poema.

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