viernes, octubre 28, 2005

Visitando a los esenios



Te vi en el Monte Tabor, en Qumram,
visitando a los esenios. Un niño
en el lugar donde nadie había nacido.
La estrella de cinco puntas ceñida a tu frente
y el candelabro de pequeños cirios en la mano.
Nunca fuiste uno de ellos, pero eras el primero
en el orden establecido, en el orden del espíritu.

Allí, rodeado de los que se apartaron de la vida,
de aquellos que convertían el conocimiento en sabiduría,
escuchaste consignas de amor; te hablaron de la igualdad,
también de la razón y de esa unión que más tarde
hicieron suya los mosqueteros de Dumas. Allí,
tras la Cuarta Iniciación, conociste tu destino,
la misión de muerte y vida de tu escenario terrestre.

Ahora, en esta latitud de noche cerrada
donde los ojos olvidan su razón,
cuando la palabra ya es ayer y el tiempo
cedió su significado a la liturgia,
se hace difícil discernir, saber si eres tú,
o si será ese otro que pretende engañarnos
y seducirnos, alejándonos.

Y en cada surco agua y carne tu palabra,
dolor de arena radiante que, oculta, aguarda.

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