Nunca sabré cómo, pero ayer
descubrí que en tu nombre
la rosa iba de la mano de la sal.
Tal vez fue la paz esquiva del olvido
o mi despertar inmóvil en tus arenas blancas
junto a la serpiente kundalini. Quizá
fue una revelación, o un murmullo de ese viento
que mecía tu sueño. Quién sabe.
En esa costa de luz y oscuridad
que confunde al mundo creamos
y destruimos. Pero también
fuimos dioses, materia compuesta
de cenizas de titanes; supervivientes
prenatales de una catástrofe celeste
que nos condenó a vagar doblando esquinas.
Inevitablemente dioses,
ignorantes cámbaros sin rumbo
que buscan la paz en el destierro interior.
Nada nos fue dado,
y sin embargo
concluimos el día
contando sílabas.
viernes, octubre 28, 2005
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