viernes, octubre 28, 2005

Abuelo

Tus palabras abren el tiempo
—historias de la historia
que son historia propia—
como si aquellos veranos
de números y playas
las habitaran.
Y dices que no importa,
pero la distancia es un gesto cercano
que se sucede irremediable en tu verbo.

Te escucho —qué más da si cuando hablas
los fantasmas ruedan y las preguntas nunca alumbran—
No importa, yo te escucho;
siquiera para remodelar ese recuerdo
en el barro definitivo, te escucho.

Rayos de tus ojos cansados goteando,
historias de la historia desvaída y pálida
relatadas como historia propia. Tú en la distancia,
yo, espejo de silencio a contraluz, en ti,
escuchando tu hablar sin descanso.

No te detengas, abuelo, aunque no puedas oírme,
tu credo, como una fascinación anunciada, sigue doliendo,
los dos sabemos que es falso el asombro
de encontrarme en tu relato.

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