domingo, febrero 26, 2006

Una botella sin mensaje

A veces veo nuestros pies unidos
por una soga. Intentando escapar
una y otra vez la tensamos
y una y otra vez consiguimos sólo
el dolor de la piel en carne viva.

Qué difícil aceptar este oficio
de desahuciados
sin lanzar un mensaje de socorro
a la flota entera,
qué difícil resignarse a este amor
sin gritar, empapado,
que cese de llover
para que pueda de nuevo llorar
por lo impreciso y bello
de una pérdida aún no tenida.

Extraña historia ésta de masoquistas
y niños que esperan su regreso
como si fuesen nubes
mientras nos aferramos,
como pájaros temblorosos,
a la tibieza de un cable en la intemperie.

Somos lo mismo porque no somos,
y este amor enfermo,
arquetipo de nuestro desamparo,
reclama un cuerpo, una carne sin afueras,
un mismo horizonte sobre esta tierra salvaje
que con cualquier excusa nos disipa.

Extraña historia ésta
en la que todas las cosas que hicimos
nos separan,
pero esta terca soga no se quiebra
por más antiguo que su dolor sea.


febrero 26, 2005

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