A veces basta algo nimio,
un objeto cualquiera,
algo que puede estar siempre ahí
y tal vez por eso nos resulta invisible.
Puede ser casi cualquier cosa:
un osito de jabón sobre el inodoro
envuelto en celofán; la belleza de un óleo
envuelto en celofán; la belleza de un óleo
—evidencia inapelable del falso
oro de nuestro paraíso de letras—;
oro de nuestro paraíso de letras—;
la fotografía de aquella playa en la bruma;
la miniatura de un avión de época
la miniatura de un avión de época
o el recuerdo en papel de un adiós.
Con los años
construimos fortalezas colosales
construimos fortalezas colosales
y nos creemos a salvo tras sus muros,
pero con la visión de un simple objeto
todos nuestros castillos pueden ser derribados.
Resulta incómodo admitirlo,
saber que es posible
casi desde cualquier lugar
y desde cualquier ángulo,
ser vencidos por la peor nostalgia
—almacén de emociones negativas—,
que transforma en barrizal nuestro mundo.
Pequeñas cosas, amenazas imperceptibles
que reabren viejas heridas
y dejan nuestras cicatrices al descubierto.
junio 23, 2020
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