Te dices que no existe
esa tristeza frágil del adolescente,
esa tristeza inefable que enseña
que es necesario morir para estar vivo,
que recorre ruinas y recuerdos
como si alguien —ceniza entre hierbas—
se viera empujado a iniciar
el lento viaje de regreso
y transitara sólo entre noches y lodos,
porque sabe que una palabra tuya
bastará para matarnos.
Para ti una canción —te dices—,
una canción indefensa, una canción
de silencio ya para siempre
en el día sin tiempo y sin pecado,
en el día que cae y se borra y se levanta
tambaleante como un eco
sobre un paisaje inmenso de tragedias sin riberas.
Es la cena de la víspera, y por eso crees
tener la certeza de los que hablan sin decir,
tener la llama de los que dicen sin hablar
y miran a los ojos, de frente,
buscando dividir la noche
hasta que el peligro brinde con nosotros
en el nombre de un recuerdo,
y de su hijo, y del espíritu santo.
julio 25, 2006
martes, julio 25, 2006
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