Todo
desaparecerá:
cada una
de las obras,
cada uno de los hombres y mujeres
que con
su trabajo las levantaron
serán
devorados por el reloj.
No
quedará rastro alguno de ellos,
ni de
nosotros,
ni de los
que nos precedieron,
ni de los
que, a nuestro pesar,
seguirán
nuestros pasos.
Y frente
a ese desolado horizonte,
la
estupidez de no recordar siquiera
qué nos
sucedió, qué nos sucede
repetidamente
una y otra vez.
Aunque
sabemos de nuestra levedad,
seguimos
atados a la sombra del pasado,
a la
sombra de nuestra percepción
de lo acontecido.
Igualmente
sabemos
que todo
es indiferente,
que nada quedará
y que nada seremos
y nada volverá,
a pesar
de que hoy pensamos
que esta
tarde de confesiones a nadie
es aquí
sólo por nosotros y para nunca.
Y
entonces, calle abajo,
escuchamos
una vieja canción,
unos
sonidos que creemos eternos,
unas
ondas sonoras que aún esperan,
con
nosotros,
pasar a
ser olvido.
No hay comentarios:
Publicar un comentario