Después de tantas noches ahora todo nos parece una ficción absurda. En cada esquina donde no te hallaba estabas lloviendo sobre mí. La luz de la mañana ilumina tu rostro –solamente tú en la escena– entre aparatos y latidos y un laberinto de cables, lejos de las imágenes que ahora evocas, de las sombras que nos hostigan sin dimensión donde evadirnos. Flotantes hogares en el aire, el lugar donde habitas hoy. Igual que unas cerillas húmedas en un universo de papel mojado nada podía prendernos, o eso pensábamos. Pero, ya ves, aunque nada sea lo mismo, todo se repite: ella se va una vez más –tal vez definitivamente– hacia un lugar impenetrable, allá donde habitan los sueños de nuestra adolescencia, arriba de las ojeras de un tránsito que de nosotros ya nunca sabrá.
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