El
perro del patio de abajo parece estar siempre contento. Cola enhiesta, pasa el tiempo paseando su orgullo de un lado a otro de sus dominios. Ahora se asoma
por una verja a observar el cañaveral que bordea el riachuelo. Después
se gira, veloz, hacia la puerta de un garaje: alguna voz, algún ruido, algo que
olfatear.
En la galería de un edificio, un obrero da unos martillazos; el perro, inquieto y expectante, dirige sus pasos de nuevo hacia la verja y permanece allí, observando, hasta que cesa el ruido. Entonces se da la vuelta y, cabeza gacha junto al césped, lo veo continuar su rutina de exploración.
El viento por fin ha tornado a frío. Se acumulan nubes sobre el pico del Morrón. “Aún hace falta mucha agua por aquí” me comentó alguien en el supermercado.
Las campanas dan las tres de la tarde, y se repiten un instante después.
Todo un mundo abajo y arriba, imágenes tambaleándose con el viento y el sol neutralizado de la tarde en estas solitarias tierras de Teruel.
Esta mañana creí haber vertido todas las lágrimas, pero ahora —será este viento recién estrenado— algo logra arrancarme algunas más.
¿Qué justifica mi presencia aquí? ¿Es esto lo que de verdad pretendes? Nadie puede amar lo imposible, la irracionalidad de la locura en ti instalada.
Miro, sigo observando al perro, aquí, en este lugar solitario, alejado de la violencia de una casa.
octubre
20, 2023
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