domingo, marzo 24, 2019

Arqueología


Una vez fui
un personaje de ficción,
ahora me empeño en ser quien lo escribe,
quien no reconoce al personaje,
quien busca en los armarios una prenda
para terminar encontrándola
pequeña y extraña
pasada de moda y de talla.

Una vez fuimos otros.
A todas horas, como dioses,
mirábamos los bosques y las nubes
de las palabras
como si fuésemos algo intangible,
como si nuestra mente anochecida
pudiese dejar un rastro en la arena.

Hace más de veinticinco mil años
quinientas generaciones vivieron
en la cueva de Parpalló,
en los montes cercanos a Gandía.
Allí dejaron a los arqueólogos
un rastro esculpido en seis mil tablillas
y unos grabados en la roca.
El paso de tantas generaciones
en unos pocos metros de estratos.
Y en el estrato superior,
un manto cubriéndolo todo:
excrementos de cabras.

Qué metáfora más insuperable
–tan escueta como lacónica–
de nuestro tránsito,
de la terquedad de nuestra ficción
pequeña y extraña y pasada de moda.

marzo 24, 2019

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