¿Debo
recorrer el mismo camino
para
comparecer de nuevo aquí,
en este
lugar donde albas y crepuscularios
dormitan,
donde todos los sonidos
parecen
oxidarse entre restos de escarcha?
¿Reproduciría
como un autómata
los mismos
pasos para culminar
en la estafa
de un eterno retorno?
La nostalgia
torna en desierto
todo lo que
parece ser ahora,
todo aquello
que nos maneja
para
arrasarnos sin piedad.
La maldita
prudencia —ya lo dijo Frost—
una y otra
vez nos conduce
hacia los
caminos más transitados.
Tal vez por
eso ahora pienso en ti,
entre gentío
y sonidos distantes,
fantasma que
viene y va, persistente,
en los
extremos de una evocación
sentada a
los pies de la vida,
aferrándote
a mí —al estúpido de mí—
en aquel
bajo transformado
en triste
discoteca de suburbio.
Tu melena
corta, suave y rizada,
tu cara
pecosa y tus pechos cálidos,
una música
entre desconocidos
y aquella
despedida sin relojes
para no
saber nunca más de ti
y nunca más
decidirme a buscarte.
Todo tan
lejos de este invierno fronterizo.
¿Por qué
recuerdo ahora aquella calidez?
¿a dónde,
desde aquí, nos llevan estos pensamientos?
¿a qué
desgarradura que no hayamos zurcido?
Todo es lo
mismo,
aquellas
palabras, la próxima
estación y
la siguiente,
¿acaso no
podemos cambiar nada?
¿seguirá el
juego atormentándonos
por el
camino no tomado?
Dijo tan
poco para decir todo
y ni
siquiera recuerdo el nombre de la rosa.
julio, 2019
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